martes, 4 de octubre de 2016

¿QUÉ SE VALORA AL LEER POESÍA?

A la hora de comprar o consultar un poemario, cada cual suele aplicar sus criterios personales, basados en prejuicios no siempre lógicos, pero con frecuencia explicables.
Quiero decir con esto, que aunque lo políticamente correcto sea decir que valoramos la interesante temática de la que hemos oído hablar a sesudos eruditos, suelen guiarnos  además otros criterios que van desde la apariencia sugestiva de la portada, pasando por el nombre del autor/a, o la procacidad del título hasta el propio formato y longitud “paginal”, por no sumar a la lista, la intuición personal que según nuestra experiencia pasada, nos haga inclinarnos hacia uno u otro lado del “stand” poético.
Lógicamente para esto último, se requiere que previamente la editorial en cuestión haya hecho sus tareas, y se haya currado el asunto de la distribución. En este apartado, suele ocurrir aquello de la Ley de Murphy para las colas del supermercado u oficina de Hacienda. Siempre eliges la editorial que menos te va a llevar a ferias del libro o a variadas librerías prestigiosas. Pero retomemos el titular del artículo presente.
Imaginemos que ya está en nuestras manos el ejemplar afortunado que ha requerido nuestra atención y que nos disponemos a leerlo sesudamente o, (en ocasiones así suele ocurrir en poesía) a salto de mata, según nuestra predisposición o disponibilidad.
El primer poema suele tener la responsabilidad de “enganchar” al lector, pero los avispados lectores con frecuencia “picotean” y pasan velozmente al último o aleatoriamente a cualquier otro, para establecer inicialmente un criterio ponderado en el cual el primer poema pueda quedar señalado como especialmente diferente del resto por su longitud o dedicación especial del escritor.
Sigamos imaginando que el citado poemario ha superado estos criterios previos y tiene esa acertada portada y título y esos primeros poemas sugerentes que nos conminan a seguir leyendo ávidamente.
¿Cuál será la prueba final que deba superar el poemario para ser leído de arriba abajo con fruición y así adquirir en nuestro intelecto la categoría de recomendable, incluso de libro de culto?  
Yo apuntaría cuatro aspectos a tener en cuenta en la consecución de una obra “redonda” y solamente añado uno, a los tres que en otras ocasiones he señalado para la valoración de un solo poema, a saber Contenido, Lenguaje poético y Musicalidad.
Este cuarto aspecto que debe ser  necesario y diría que imprescindible para “llevarse la obra a casa” es la coherencia del propio poemario. No quiere decir esto que deba tener una línea argumental incuestionable, de hecho en pocas ocasiones se da este caso, (sirva de ejemplo Matar a Platón de Chantall Maillard) sino que debe existir un ideario, una temática interna que defender, en la cual el lector vaya calibrando, al leer el texto, si esa forma de pensar del autor, es acorde o discordante con la suya propia. Es decir, el poemario debe tomar partido, implicar, sugerir, motivar y tratar de llevar al lector a su terreno, consiguiendo que dicho lector pueda llegar a pensar: “si yo fuera poeta habría escrito esto” o “no estoy de acuerdo para nada con este ideario, si yo tuviera que escribir sobre esto diría todo lo contrario”, etc…
Eso es lo que debe ocurrir, sin que para ello, como he apuntado, deba de haber un único poema, un único hilo conductor o un solo poemario dentro del libro en cuestión.

En definitiva, la relación de seguidores que tendrá un buen texto poético, una vez excluidas las  modas pasajeras y propagandísticas (eso es otro tema para otros especialistas), estará en proporción directa con la capacidad de hacerle sentirse identificado al lector con el ideario humano del libro. Eso creo que es lo auténticamente valorable, lo que puede dar a la obra el “toque de excelencia”, respecto a otras que sucintamente se atienen la los criterios elementales aplicables a un determinado poema (como apunté Contenido, Lenguaje poético y Musicalidad).