miércoles, 10 de marzo de 2010

LO QUE NOS VALE Y LA VERDAD

______Norberto García Hernanz

Vivimos una época trepidante a la vez que decadente, donde el pensamiento y el sentido común están también en crisis, como la propia economía.

Soy positivo respecto a las capacidades del ser humano y a lo que futuras generaciones puedan aportar a nuestra sociedad, pero desconfío del aburguesamiento de las conciencias, que propenden al ostracismo y afirmo que ni los puristas acérrimos, tan libres ellos de ingerencias exteriores a su raciocinio, conocen hasta qué punto el utilitarismo les está carcomiendo el intelecto, o si lo saben, transigen descaradamente, con él, por poder almohadillarse la psiquis, dentro de una urna acristalada con seguridades virtuales.

Son tiempos inseguros, en que prima el aferrarse a convicciones de aparente verdad, elevadas a la categoría de absolutos indiscutibles, por mor de la ausencia de debate, de la virulencia mediática y del “porque sí” envolvente y partidista, en el que poco cabe pensar por nosotros mismos en acto verdadero de libertad humana.

Políticos, religiosos y representantes del poder público y privado, incluso ( y eso me sorprende aun más) escritores afamados, se lanzan, en aras de una mayor contundencia convincente, a la arenga conminatoria y catastrofista, confundiendo “lo que a ellos les vale” subjetiva y utilitariamente, con la verdad siempre trabajosamente construida.

Y es que desde que a la civilización griega le dio por darle a eso de pensar en profundidad, se sabe que no es en ningún caso el vocerío, la repetición denodada, ni la proclama estentórea, lo que le confiere a una afirmación la categoría de verdad y que una verdad se encuentra a duras penas, después de luchar con numerosas contradicciones de la razón y la experimentación, por no hablar de las dificultades que le oponen, la relatividad de los “valores indiscutibles” que se esgrimen axiomáticamente cuando interesa, como por ejemplo la jerarquía de las especies, o los conceptos de bien y mal.

Desde aquella época se conocen las argucias de los compradores de verdades a cambio de seguridades, de los vendedores de consuelos a cambio de fidelidades y de los que ofrecen felicidad tomada de prestado, más que ganada a pulso.

Conocer la verdad, al contrario de lo supuesto, no da nunca tanta seguridad como parapetarse en la falsedad y por ello, el que busca y halla de vez en cuando alguna, tarda menos en cambiar a otra verdad diferente que quien se reafirma en la falsedad irracionalmente, eternizándose en el error, precisamente porque ese error le vale para ser feliz, para conseguir una estabilidad cotidiana, arropado por la “tribu” que opina y opinará por siempre de la misma forma que él.

La consecuencia es que ser sectario, sin fisuras y purista de aparentes verdades, está de moda y es rentable incluso para los escritores, que se suman cada vez más cabreados a un radicalismo caníbal, carente de ecuanimidad.

Por tanto, si queremos mantener algo de objetividad y cordura en esta sociedad de tránsito (no sé muy bien a donde, pero de tránsito) no confundamos nunca más la verdad con “lo que a mí me va bien, me funciona”. De la misma afirmación se deduce un tufo sospechoso a relatividad. Es a mí al que vale y doy la sensación que hasta me puede traer al fresco lo que les sirva o no a los demás. No hablemos más en ese caso acomodaticio, de verdades universales. ¿Estamos de acuerdo?